domingo, 29 de junio de 2014

Asesino

Tú.
Sí, tú.
Asesino.
Asesino de horas, de tiempos, de días, de sentimientos.
Asesino del hambre, del hambre de tantas victorias perdidas.
Asesino de momentos que no pudieron ocurrir por tantas semanas extintas.
Asesino de tu propio cuerpo vivo, y muerto.
Asesino del niño inocente que un día fuiste.
Asesino de de tu sangre, cuchillo de los cortes que te provocaste.
El asesino del revólver, de la última bala con la que te mataste.

Lágrimas de hielo

Lloraba, y las lágrimas se congelaban antes de caer de sus mejillas, se congelaban por el frío de su corazón congelado.
Lloraba, y empapaba la arena sobre la que estaba sentada, viendo pasar el tiempo; y las olas.
Lloraba sin saber muy bien por qué, derramando sentimientos sin conocer, sentimientos exalados en un último aliento de un fuego antes abrasivo, su interior.
Se propuso no ser nunca más, ni ser ni sentir. Se propuso no habitar más el mundo en el que las sombras se acercan a ella, intiman, y la traicionan. No volver jamás a seguir a las sombras de lo que un día fueron, las sombras de las personas a las que un día amó. Porque al final son eso, sombras. Oscuras.
Igual a la sombra que un día fue fuego, ahora hielo helado, frío y mortal hielo helado. Calentaba sus entrañas día tras día, como una máquina imparable, hasta que un día paró. No sabría decir con exactitud cuando, solo que, a mitad del camino, giró la cabeza atrás, y ya no estaba. No producía la energía que necesitaba, no se movía y no la mantenía activa. Al girar la cabeza lo único que pudo ver fueron zarzas de hierro gris, las mismas que la desangran poco a poco. La matan hierros grises de la máquina que un día la engendró.

jueves, 19 de junio de 2014

Presdigitadora de sentimientos muertos

Eres creación y creadora, presdigitadora de sentimientos muertos y maga del dolor. Guerrera de miradas en la arena del desierto; combatiente y luchadora en el campo de batalla.
Réquiem del rey tuerto en el país ciego, muerte a los seguidores del espíritu Fanatismo, muerte a la niña encantadora y a sus ojos amarillos.
Reclutadora reclutada en los campos de maíz; los tulipanes afloran, y las rosas y sus espinas. Las espinas que me agarran y producen las heridas, y los pétalos que me las cuidan.

Cuando te fuiste de aquí

Cuando te fuiste de aquí
la luna no pudo dormir
y al sol le costó salir.
Cuando empecé a escribir
solo y empecé a pronunciar
mil versos junto a ti,
los recuerdos que perdí
se hallaron en el mar,
en el fondo, en la
tierra bañada por el barniz
de mis lágrimas.

Cuando te fuiste de mi lado
yo di por acabados
todos los sentimientos un día
fuertes y provocados
por tu corazón encerrado
en la cárcel de tus costillas,
tras la reja impenetrable
de los grandes estigmas
de la mirada perdida.

Todo tocó fondó en las tierras del océano
de nieve blanca y turbia.
El tiempo quedó
sin pasado
y yo,
sin mi corazón,
encerrado.

lunes, 16 de junio de 2014

Rompí a una niña en mil pedazos
y
cualdo la volví a formar
ya era una mujer.

La venganza


Lo primero de todo,debería decir que es un tema complicado.
Tantas personas han perdido sus vidas siendo artífices de la venganza, y tantas otras siendo víctimas de esta. Otras muchas han sido sufridoras indirectas; quedando huérfanas, perdiendo a sus amigos, conocidos...

Es una acción, un sentimiento, a llevar a cabo por la especie humana; hacer justicia, o, al menos, hacer nuestra justicia. Equilibrar los hechos, aunque desde fuera otro individuo pueda pensar que, irónicamente, es injusto; que es un castigo desmesurado para el mal llevado a cabo. La misma naturaleza la emplea, un principio del universo es que cada acción provoca una reacción opuesta e igual. Pero nosotros, al estar vivos, al tener uso de razón y sentimientos, la parte de "igual" la tenemos sujeta al pensamiento del individuo.
Para llevar a cabo la venganza hay que mantener las heridas abiertas, como bien dijo Sir Francis Bacon. Si curas el daño producido ya no harás uso de ella. Por esto mismo, aunque el vengador salga "victorioso" también sale dañado. Debes alargar el mal producido en el tiempo, mantenerlo en mente, ya sea consciente o inconscientemente, para no desviarte del camino. Para quedar en paz debes ahondar y romper la postilla, haciéndola sangrar de nuevo, lo que hace que la herida deje cicatriz, sin desvanecerse nunca del todo. El perdón, por su parte, es la propia cura del daño, desinfectarlo y hacer uso del paso del tiempo. Pero muchas veces esto no es suficiente. Quieres ver al contrario con la misma herida que tú, quieres verle sufrir, quieres ver el dolor a flor de piel. Aunque tu herida se agrave, quieres ver la justicia en la herida del otro.



La venganza nunca es un camino recto. Es un bosque.
Y, como en un bosque, es fácil perderse.
Perderse y olvidar de dónde venías.
--Kill Bill--

Oir, y ver, y sentir

Oyó el rugir de los motores por la ventana, la gente ajetreada gritaba de acá para allá vocablos inentendibles; los niños lloraban, y reían; las bocinas, las puertas, las persianas... todo sonaba, todo sonaba en sus oídos, y eso le molestaba mucho.
Veía la pecera que tenía en su habitación, y el pez nadando en ella; el portátil que no se enciende desde hace meses sobre el escritorio, la lámpara-ventilador girando silenciosamente, sabiendo que el tiempo no es algo de lo que carezca; y la ciudad, veía una ciudad sucia, con gente malvada, y eso le dolía, mucho.
Aun notaba el gusto a la comida en la comisura de sus labios. Macarrones con tomate. Y queso. Y no le gustaba que perdurase ese sabor.
Algunas veces hasta sentía una máquina a su lado, *Bip* *Biiiiip* *Biip*, y un pequeño cable conectado a su muñeca, introduciéndole un líquido incoloro.
Y todo le dolía.
Le dolía soñar una y otra vez sus últimos minutos.
Oir como el sonido de esas bocinas, puertas, persianas; se transformaban en un grito sordo que tomaba forma en su boca.
Ver el paso de la luz reflejada en su pecera a la oscuridad más íntima.
Sentir cómo se le escapaba la vida, sin poder hacer nada por retenerla.
Y se va, y sueña, y vive, y muere.

Dormía

Dormía sobre hebras de mal marchito, sobre hebras de oscuridad opaca y eterna. Dormía con la sensación de no haber despertado nunca; sin pensar en el hoy, solo en el mañana que vendrá. Quizás.
Dormía bajo la atmósfera más lúgubre, bajo el techo de la luna que siempre la alumbró. Bajo el cielo de estrellas de universo infinito, y oscuro, y negro.
Dormía sin despertar, sin vivir un día.
Dormía lentamente, hacia la muerte.

sábado, 14 de junio de 2014

La estación de metro

Aguardo la llegada de la línea 7 sentado en los bancos del metro. Son bastante incómodos, de plástico rojo y, en gran medida, rotos y con agujeros. Las paredes de la estación están empapeladas con dos grandes mapas de la ciudad y los recorridos del metro y el tren; pero de estos poco se puede sacar en claro, pues están cubiertos con pintadas a spray de nombres de bandas en azul y negro.
Veo a la gente subir a los vagones para, horas más tarde, bajarse de ellos.
Todos los días, el mismo hombre, de unos treinta y cinco años, de pelo castaño y traje y maletín grises, corre entre la multitud a la caza de su línea 4, a las ocho de la mañana. Siempre me despierta de mi pesado aburrimiento gritando a la multitud: '¡Apártese!' '¡Mire por dónde anda!' '¿Es que no me ve? ¡Tengo prisa!' Y vuelta a empezar. Suele perder su hora, momento en el que empieza a maldecir a todos a su alrededor.
También hay una señora de tez oscura y pelo rizado y negro que va acompañada de un niño, de unos 4 años. Ella está en los huesos, parece desmoronarse en cualquier momento tras su sonrisa melancólica. '¡Vamos, George! Ya sabes como es la señora y, si nos retrasamos, se transformará en un gran monstruo y nos comerá de un bocado.' Suele decir, mientras pellizca la tripa del chico. Él siempre se ríe y acelera el paso, hacia la línea 2, de las once en punto.
Sobre las seis y media, llega la línea 7. Mi hijo monta en ella, a veces junto a una chica de pelo castaño claro y grandes ojos verdes. Nunca me ve, nunca ve las mantas bajo las que duermo, la maleta que guardo bajo los asientos rojos y los cartones que tengo tras de mí. Nunca ve las lágrimas escapar de mis ojos cansados, lavados en el aseo de la estación; recuerdos de la sangre de mi sangre, y de como un día se fue sin decir palabra, para no volver.
Desapareció tras la oscuridad más lúgubre, en la oscuridad pesada que se cirnió tras ella, y se hizo un hueco en sus ojos. Su mirada dejó de ser triste, o feliz, o frustrada; pasó a esconderse tras una cortina que ocultaba cualquier atisbo de humanidad. Unos ojos que un día reflejaron el cálido cielo de la mañana terminaron perdiéndose, buscando con ligera agonía lo que un día tuvo y no tiene. Buscándose a sí misma.

Ha leído muchos libros

Había leído muchos libros a lo largo de su vida, bibliotecas enteras. Pero ahora, en el fin de sus días, se daba cuenta que no había servido para nada. Todos fueron iguales. Sus páginas no se diferenciaban en absoluto; letras que formaban palabras, y estas frases, que a su vez formaban párrafos, y capítulos... Una totalidad de verborrea aparentemente conexa impregna las plumas de los autores. Pero ambos, en la linde del bosque que es la vida, conocemos su incoherencia. Somos conocedores de la verbosa historia de la palabra escrita, de la vida y la muerte de las tintas impresas. Como comenzó con la oda al padre muerto, vino haciendo fortuna de Sicilia Don Dinero, vio gigantes en molinos acompañado de Sancho, sujetaba un cráneo humano diciendo '!Ser o no ser!'. La verborrea vivñia en el amor joven entre dos familias italianas enfrentadas, en la visita de tres fantasmas de Navidad, en la metamorfosis de Kafca a escarabajo, en la escopeta roja en manos de Hemingway, en la eyaculación de Bukowsky sobre el vaso de alcohol bañado en sueño americano.
La incoherencia vivió y vive entre nosotros; y hemos leído, letras y palabras, todas iguales, nada más. Palabras..

miércoles, 11 de junio de 2014

Hombre de piel de yeso

Hombre
de piel de yeso
no huyas de mis versos
de roble,
de madera
efímeramente eterna.
No huyas
cadáver,
latente en mis recuerdos,
hablante y oyente,
purgador de sentimientos.
Quédate conmigo,
hombre perdido,
quédate y no huyas,
no te escabullas
entre nieblas,
cielos y esquivos
chicos del mal carcomido.
Mátame lentamente,
hombre errante,
mátame
por dentro,
por fuera,
mátame
y no vuelvas.

El hombre de calcetines rojos

El hombre de calcetines rojos vuelve a la ciudad, vuelve a caminar por las calles corroidas de luz extinta, invadidas por la oscuridad más lúgubre. Hebras de mapas y de palabras escritas por la misma mano de la inocencia perdida.
La verdad. La verdad yace en sus rimas; en las escrituras sin maldad de el hombre de calcetines rojos.
Y camina. Camina por las calles de una ciudad olvidada y muerta. Eterna, su pasión dicha y redicha sobre folios blancos y amarillos, sobre el mar de los veleros y el cielo de la luna. La verdad eterna de caminar por las estrellas, hebras de fantasía egocéntrica.

lunes, 9 de junio de 2014

Tras estos ojos ves un mundo distinto. Admiras otra parte de la realidad, la cara oculta, las sombras acechando en las esquinas y los monstruos en los portales, los esqueletos cantan en las tabernas y los hombres de fieros colmillos aullan bajo la luz de las farolas. Hay gentes de pieles blancas, adoradores del rojo y sus fluidos, del cielo y su eterna noche.
Tras estos ojos ves colores. Colores que no viste nunca, sin nombre. Rodean a las personas y dejan rastros a su paso. Todos son pequeños y grandes caracoles. Sabes cómo se sienten, qué piensan y a dónde van; y eso te vuelve loco. Terminas sin saber discernir entre lo real y lo falso.


"Me volví loco, con largos     
 períodos de espantosa cordura.”
 Edgar Allan Poe           

La mujer y el humo

El humo se desprendió de sus labios como las palabras del viento.
-Cariño, respira; deja que el sabor amargo impregne tus pulmones.
Y así lo hice, aspiré y aspiré. El cigarrillo se consumió, hasta el punto que su oscuro fuego rozó la zona porosa donde coloqué mis dedos.
-Retenlo. Siente como te va consumiendo por dentro. Siente su sabor amargo, su olor pesado y su textura efímera. Siente tu muerte, poco a poco, en cada calada; el como te va matando tras cortinas bonitas, entre diamantes y mentiras. Siente el color gris invadiendo tu vida, embargando hasta el último espacio vacío de tu ser. Gris, gris, rodeado de humo gris. Entrégate al sentimiento que te llena. Todos caminamos hacia la muerte, de eso no cabe duda, pero algunos corremos más que otros.

martes, 3 de junio de 2014

Imagino tu sonrisa, esos dientes que un día me dejaron absorto, y los sonrosados labios con los que me besabas.
Imagino las caricias y las tardes de playa.
Imagino todo lo que un día no hizo falta imaginar.
Cierro heridas; hoy cierro las heridas de un corazón roto, sepultado, usándolo de pilar para construir uno nuevo.
Cierro heridas esperando el día en que se vuelvan a abrir, en que el terremoto de movimientos íntimos sea la catástrofe que cree mi final y mi principio.
Recarga una bala más en ese revólver tuyo. En ese tambor grisáceo pintado en sangre.
Una bala y cinco huecos, un disparo. Te excita el tacto del frío cañón en tu sien. De fondo oyes a los grandes compositores y sus grandes orquestas. Ves a Napoleón y sus músicos del infierno dirigiéndose al frente.
Primer disparo.
Oscuridad.

Abres los ojos. Esta vez te has salvado. Has evadido a la muerte, al general y a sus maquiavélicos soldados. Te sientes vivo. Te sientes fuerte. El poder emana de tu interior, lo sientes circular por tus venas, con cada latido, caliente.
Quemo las hojas de papel calcinado en la hoguera del fuego negro. Las hojas donde un día pintamos juntos momentos y recuerdos, sentimientos frágilmente eternos.
Palabra tras palabra se van incinerando; tras frases, tras párrafos; tras días...tras años.
Una vida en la hoguera que se va quemando ¡Cacen las brujas! Que ardan los interiores profanos. Que ardan los hombres malos. Que ardan las hojas, la palabra, los días, y los años.

domingo, 1 de junio de 2014

La sangre brotaba de sus brazos, su vientre, sus piernas.
Sus ojos lloraban recuerdos de un sentimiento roto.
Su boca balbuceaba sonidos inentendibles para sí misma.
Sus manos temblaban, incapaces de producir un corte más.
Había perdido mucha sangre, estaba perdiendo mucha sangre, y muchos recuerdos, y muchos pedacitos de su alma.
Solía guardarlos en pequeños tarros. Trocito de alma, tarrito; trocito de alma, tarrito... Pero eso terminó, hoy había lanzado todos esos recipientes negruzcos y aparentemente llenos a la pared más dura. Había resquebrajado el cristal en millones y millones de pedazos; pedazos, inútiles pedazos.
No había vuelta atrás, ella estaba resquebrajada, como el cristal de sus tarros, y dispersa, como el alma que habitaba en ellos.
El amor se esfumaba, lo sentía. Era lo único que terminaría sintiendo, el recuerdo del amor.
Era un gas que se escapaba por la ventana de la casa que era su alma. Un gas que no podía atrapar.
Dejaba de sentir, y lo que un día le hizo una persona completa ahora le dejaba vacío.
Un sentimiento, su único sentimiento, desaparecía. Y eso le asustaba.
Era una carcasa vacía. Una piel, un esqueleto inmóvil en su autoproclamada soledad y una masa de carne y órganos latiendo sin fuerza.
Un castillo grande, repleto de habitaciones, y repleto de aire, y polvo, y mugre
La gente huye de lo oscuro, y también de la luz. La gente busca un término medio, que no esté ni a un lado, ni a otro, un toque de cada uno. Pero a él ya no le quedaba luz alguna. Ni oscuridad, ni ningún término medio. Sencillamente tenía un Nada, dentro suya. Un nada que no desaparece nunca, incesante, incansable, eterno.

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