Oyó el rugir de los motores por la ventana, la gente ajetreada gritaba de acá para allá vocablos inentendibles; los niños lloraban, y reían; las bocinas, las puertas, las persianas... todo sonaba, todo sonaba en sus oídos, y eso le molestaba mucho.
Veía la pecera que tenía en su habitación, y el pez nadando en ella; el portátil que no se enciende desde hace meses sobre el escritorio, la lámpara-ventilador girando silenciosamente, sabiendo que el tiempo no es algo de lo que carezca; y la ciudad, veía una ciudad sucia, con gente malvada, y eso le dolía, mucho.
Aun notaba el gusto a la comida en la comisura de sus labios. Macarrones con tomate. Y queso. Y no le gustaba que perdurase ese sabor.
Algunas veces hasta sentía una máquina a su lado, *Bip* *Biiiiip* *Biip*, y un pequeño cable conectado a su muñeca, introduciéndole un líquido incoloro.
Y todo le dolía.
Le dolía soñar una y otra vez sus últimos minutos.
Oir como el sonido de esas bocinas, puertas, persianas; se transformaban en un grito sordo que tomaba forma en su boca.
Ver el paso de la luz reflejada en su pecera a la oscuridad más íntima.
Sentir cómo se le escapaba la vida, sin poder hacer nada por retenerla.
Y se va, y sueña, y vive, y muere.
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