No sentía nada en su interior que no fuese vacío.
Solo tenía vacío, y lo sentía.
Podía sentir cada ápice de esa falta de sentimiento.
Podía sentir el hueco que dejaron los recuerdos, maltratados y olvidados.
Podía sentir como iba dejando de ser persona,
y como se transformaba en algo que no quería ser.
Se estaba transformando en algo que no sentía,
en un monstruo.
Podía sentir cada pequeña mutación
y como el vacío se iba extendiendo.
Le iba comiendo por dentro
como si de un animal se tratase.
Un monstruo que crea a otro monstruo.
Solo se tienen entre sí,
el vacío al monstruo, el monstruo al vacío;
y viceversa, entre sí.
Caminaba por las calles sin pensar mucho en ello,
dando tumbos de lado a lado,
pensando en las pisadas, nada más, nada menos.
Caminaba por el simple hecho de caminar.
Caminaba sin pensar volver,
volver al sitio del que vino,
del sitio en el que está, y del sitio al que irá.
El vacío le carcomía por dentro,
pero el ya no sentía.
No podía sentir el sol salir por las mañanas.
No podía sentir el calor de la gente a su alrededor.
No podía sentir el alcohol ardiendo en su garganta.
No podía sentir como la tinta impregnaba sus folios.
No podía sentir el agua golpeándole la cara.
No podía sentir la lluvia, el mar, la ducha.
No podía sentir el placer de una buena comida.
No podía sentir, ni tiempo, ni sentimientos.
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