jueves, 29 de mayo de 2014

Los sentimientos ardían lentamente en su interior

Recuerdos, folios repletos de tinta tirados a la chimenea. Ardían, uno a uno y todos al mismo tiempo. Ardían.
Ardían como hojas, como recuerdos de un alma acabada.
Ardían, dejando cenizas de fuero interno.
Todo acabó, desvaneciéndose el fuego, las hojas y los recuerdos. Todo acabó, dejando, apenas, unas cenizas.
Todo acabó, la chimenea y su vida; su alma yacía extinta en el humo desprendido.
El mundo dejó de existir, y el fuego, y las hojas, y los recuerdos, y la ceniza, y la chimenea, y el alma, y el humo. Y los sentimientos.
Él mismo dejó de sentir. Dejó de sentir por haber sentido demasiado. Dejó de sentir...No tenía sentido seguir con las mentiras del pasado, y del presente.
Y del futuro que aun no olvidamos.
Dejó de sentir, de recordar, de pensar y de vivir. Dejó de actuar para dedicarse a respirar. Algunas veces comía, en sus ratos libres, cuando la respiración no le era demasiado incordio. Algunas veces, dormía, cuando los párpados se lo pedían y actuaban por sí mismos. Algunas veces, hablaba; solo, siempre solo.

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