El humo propio del tabaco barato ennublece aún más mi ya limitada visión.
En el fondo del bar, en una pequeña mesa redonda se encuentran cuatro viejos de ronca voz y ocho dientes peleando por una rutinaria partida amañada de póker.
Un sorbo más del alcohol también barato que aquí sirven. Ginebra dicen que es; según yo, pis de gato.
En un costado del bar una joven de moral distraida y vestido corto y ajustado tontea con un chico bien vestido demasiado joven para frecuentar estos parajes tan alejados de la ciudad.
Han echado a alguien por beber más de la cuenta. Ya van por el tercero, y aún queda noche.
-Parece que esta orina podrida tiene más fuerza de lo que pensaba -dijo el señor de mi derecha dirijiéndose a mí por primera vez.
Llebaba, como todos los días, una larga gabardina aompañada de un sombrero fedora, ambos grises, que le tapaba el cuerpo y el rostro respectivamente casi por completo.
Siempre nos sentábamos en el mismo lugar, yo aquí, en la barra, y él justo a mi derecha. El señor gris venía todas las noches y pedía un vaso de
-¡Hola, soy Javier! Y tú, ¿cómo te llamas? - pronunció, a mi parecer, con una alegría un tanto forzada.
-Yo soy Olivia, encantada -dije con mi voz más sofisticada.
-No más que yo, pequeña pelirroja.
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