¿No lo odias? Ese ruido constante palpitando en tus oídos. Esos gritos que dicen que saltes, que te tires al vacío del que hace nada no conocías. Esas voces que te susurran que eres fuerte para después recortarte las venas porque según ellas están demasiado largas. 'Solo las puntas', dicen.
¿No lo odias? Tu propia voz alentándolas. Tus propios gritos de desesperación en el silencio, en la oscuridad que te protege de la luz que quema, de la luz que ciega. Y estás bien, no quieres que las cosas cambien, no quieres que se apague el odio, no quieres salir de donde estás. Estás cansado de huir de tu propia voz, de los ecos dentro tuya, de los tentáculos que te pegan al suelo, de las sombras que se deslizan en tu propia oscuridad. Porque sabes que están ahí, aunque no las veas. Sabes que se desplazan sin hacer sonido alguno, que se mueven en torno a ti, esperando el menor de tus movimientos para golpearte contra el suelo. Y por eso estás bien, por eso prefieres estar ahí, por eso prefieres estar quieto. Quieto y viendo lo que le sucede al tiempo.Admiras su avance, embobado. Ves cómo se gira en torno suya, cómo la espiral se crea y crece. Tan real como si lo pudieras tocar y moldear.
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