Lo peor era que el chico tampoco quería escapar. Cuando vio el primer indicio de maldad, se rindió. Sabía que había llegado su hora. No quería evitarlo.
El chico, con dos esmeraldas en la cara, siempre había luchado, siempre se había antepuesto a la sociedad, siempre la había superado.
Y cayó, inerte, como un cuerpo ya sin vida en la alfombra de la habitación. Era ya demasiado tarde para pedir perdón, nadie le escucharía...
-Lo siento- Dos palabras que, aunque débilmente, lograron atravesar los labios de aquel...
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