Capitulo primero: Hasta la Luna, solo ida
Cada
vez estábamos más cerca, nuestros cuerpos más unidos, y yo sentía que iba a
implosionar. Sabía que estaba verdaderamente roja, y me avergonzaba de ello,
enrojeciéndome aun más.
Había
pasado una tarde fantástica con él, como todas las que nos veíamos. No habíamos
hecho gran cosa, pero si era juntos, para mí lo era todo. Caminamos a lo largo
del paseo marítimo, viendo a la gente llegar e irse de la playa, entrar y salir
del agua; y al caer el sol ocupamos el lugar vacío que habían dejado cuando el
tiempo se tornó frío.
Él
siempre lleva mitones, uno negro y otro gris, dice que de esa manera se siente
más él. A mí siempre me causó cierta gracia, pero al mismo tiempo me parecía genial,
puesto que se le podía identificar a lo lejos; o cuando querías decirle a tu
mejor amiga quién era, solo tenías que citar su forma de vestir. Eso le
definía, le diferenciaba aun más de los demás, le hacía más único. Le encantan
las sudaderas anchas de mangas largas, con las que puede cubrirse cuando se
aburre (siempre con capucha, aunque nunca le haya visto con una sobre la cabeza).
Y hoy, en el epicentro del verano, miramos las estrellas encenderse una a una
en el cielo, tumbados en la arena, poniéndoles el nombre más feo que se nos
ocurriera a cada una de ellas.
-¡Mira,
mira! – gritó extasiado, rompiendo el efímero silencio. - ¿La ves?
-¡Pero
si hay muchas! ¿Cuál tendría que ver?
-Pues
está claro, esa grandona de ahí – me cogió de la mano, para señalarme aquel
puntito de luz.
En
ese momento mi corazón dio un vuelco, cada vez que nos rozábamos lo hacía, pero
esta vez me había cogido la mano, ¡la mano entera!
-¡Pero
si a esas ya les hemos puesto nombre, Jota!
-Ah…
- Algo decepcionado, Jota bajó su mano, con la mía aun atrapada, y la apoyó en
la arena, entre nosotros.
Se
hizo el silencio, no sabría decir cuánto, 5 minutos, media hora… ¡Cómo lo iba a
saber si estábamos de la mano! *Pi-pi* La alarma de su reloj había sonado, y eso
quería decir que ya era media noche. Se había pasado el tiempo tan rápido…
Instantes
después me soltó, volcó su cuello hacia mí y, rápido, me besó en los labios.
-Sorpresa…
Feliz cumpleaños…
No
sabía qué decir, ni qué hacer. ¿Por qué estaba ocurriendo todo esto, tan de
repente? No sabía si me había quedado dormida sobre la arena o si él solo lo
había hecho porque era mi cumpleaños y quería ponerme feliz. Lo que sí sabía
era que ese momento no lo olvidaría nunca.
-Bueno…
no te ha gustado… ¿no? Lo siento… no debería haberlo hecho… pensé que…
-¡Cállate
idiota! Claro que me ha gustado, ha sido el mejor regalo de cumpleaños que me
podrías haber hecho. –me acerqué levemente a él, con una tremenda sonrisa en la
cara.- Pero yo soy una egoísta, y quiero más.
–Le devolví el beso, y otro. Nuestros labios parecían encajar como si
hubiesen sido creados para ello. En ese momento una llamita se encendió dentro
de mí, llenándome de la fuerza que hacia tanto que no sentía. Lentamente
abrimos los ojos y, algo rojos, nos pusimos de lado y apoyamos los codos en la
arena, para poder vernos el uno al otro. Ambos teníamos los ojos marrones, pero
los suyos eran especiales, diferentes.
-¿Entonces…
esto es un algo así, como que me quieres? –dije, algo dudosa de la pregunta.
-Claro
que sí Ele, Hasta la Luna. –señaló
la tierra y luego la luna, trazando un camino en el aire.
-¿Pero
solo ida?
-¡Claro
que no tonta! Ida y vuelta.
Tras
esto, se nos escapó una carcajada a los dos. Era feliz, como nunca antes lo
había sido, junto a él, sus mitones, y las estrellas con horrorosos nombres.
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