martes, 29 de julio de 2014

Tate

El suicida se acercó a la ventana sabiendo lo que venía después.

Momentos antes su novia había estado en la casa, con él. Habían hablado de tantas cosas... Ella ya no le quería como antes, ambos lo sabían, pero seguían juntos; tal vez por no buscar a otra persona, por no quedarse solos... Él la quería, sí, pero tampoco lo hacía como antes. Los dos habían cambiado, la vida había cambiado, el entorno, la luz y las sombras. Las sombras habían podido con él, se lo habían llevado lejos, muy, muy lejos.

-¿Pero por qué? ¿Qué hemos  hecho mal para que quieras matarte? -Le preguntó Eve, algo enfadada.

-Nada, no habéis hecho nada. Nadie ha hecho nada. Simplemente, estoy cansado. -Nuestro chico tenía la mirada perdida, con la mente perdida.

-Eres un completo idiota, Tate. ¿Cómo puedes cansarte de vivir? ¿Cómo puedes cansarte de todo, con lo bonito que es? ¿Y yo qué, ya no soy nada?

Ella sabía muy bien las respuestas, lo había preguntado ya tantas veces...

Al poco tiempo cruzó la puerta, saliendo de la casa de su novio, o de lo que quedaba de él, y el suicida volvió a sus quehaceres en la ventana, mirando a través de ella, pensando.

-Solo un paso, chico. Uno y todo habrá acabado. Irás al lugar del que nadie vuelve, donde las sombras oscurecen tu mirada y el alma duerme.

Podría acabar con todo esto ahora mismo. Mañana ya no tendría que levantarme de la cama, no tendría que comer, ni que respirar. No tendría que saludar por educación ni moverme nunca más. Cuando llegue allí abajo, apenas un par de personas se darán cuenta de mi caída. Llamarán a la policia, o a la ambulancia, e iré directo a la incineradora. Pero yo seré libre, mis sombras serán libres de atormentar a otro. Solo un paso y todo habrá acabado.

Y así lo hizo. Su cuerpo cayó y cayó, desde el piso más alto del edificio, dedicado a guardar los trastos que ya nadie usa.
 Colisionó con el suelo, esparciendo sus sesos por la acera. Tate lo observaba todo desde la ventana del desván. Veía su cuerpo roto, o el recuerdo de él, como tantas veces lo había visto. Las gentes cruzaban por la calle, a través del cadáver muerto. No lo veían, no lo sentían; pero él estaba allí. Podía ver el cuerpo de un Tate sin vida.

Estaba condenado a vivir sus últimos minutos, repetidas veces, hasta el fin de la eternidad. Estaba condenado a repetir esas palabras "Seré libre", sabiendo que jamás lo sería. Se había convertido en el recuerdo de la sombra de lo que un día fue. Su castigo era recrear su peor día; el castigo por todos los pecados cometidos.



Solo quiero llegar al lugar del que nadie vuelve; donde todo está oscuro y el alma duerme.

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