Siente como la ventana la empuja a la calle, como la navaja viaja hacia su vientre, como la soga se anuda fuertemente a su cuello, como el tarro de píldoras blancas la reclama desde la mesa de noche.
Al tiempo, la chica nota las caricias de la muerte, los dedos largos y finos rozan la curvatura de su cuerpo y su cuello produciéndole una serie de escalofríos internos. Esos fríos y frágiles dedos tornaron la suavidad y dulzura adormilada del principio en dolorosos arañazos con largas uñas afiladas. Notaba como la vida se le escapaba, esa esencia que tienen todos los seres se transmitía hacía aquel ente llamado Muerte. Ahora lo sabe, ve lo que hay después de la vida, y no, no le gusta nada, pero ya es tarde para dar marcha atrás; un último beso hacia un último ser, hacia un nuevo amigo, aquel que le acompañará hasta el fin de sus días.
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