viernes, 16 de agosto de 2013

Las rojas estepas de una chica cualquiera. Cap. 1: Nuestro primer/cuatragésimo encuentro

Las tintas secas recorren este viejo papel oscuro en un bar bohemio de la capital.
El humo propio del tabaco barato ennublece aún más mi ya limitada visión.
En el fondo del bar, en una pequeña mesa redonda se encuentran cuatro viejos de ronca voz y ocho dientes peleando por una rutinaria partida amañada de póker.
Un sorbo más del alcohol también barato que aquí sirven. Ginebra dicen que es; según yo, pis de gato.
En un costado del bar una joven de moral distraida y vestido corto y ajustado tontea con un chico bien vestido demasiado joven para frecuentar estos parajes tan alejados de la ciudad.
Han echado a alguien por beber más de la cuenta. Ya van por el tercero, y aún queda noche.
-Parece que esta orina podrida tiene más fuerza de lo que pensaba -dijo el señor de mi derecha dirijiéndose a mí por primera vez.
Llebaba, como todos los días, una larga gabardina aompañada de un sombrero fedora, ambos grises, que le tapaba el cuerpo y el rostro respectivamente casi por completo.
Siempre nos sentábamos en el mismo lugar, yo aquí, en la barra, y él justo a mi derecha. El señor gris venía todas las noches y pedía un vaso de pis de gato ginebra que frecuentaba dejar lo más intacto posible. Era un hombre que siempre me había provocado cierta curiosidad. Tan gris, tan oculto. Según el tono de voz podría aventurarme a decir que Gris no superaba las tres décadas de edad.
-¡Hola, soy Javier! Y tú, ¿cómo te llamas? - pronunció, a mi parecer, con una alegría un tanto forzada.
-Yo soy Olivia, encantada -dije con mi voz más sofisticada.
-No más que yo, pequeña pelirroja.

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